Hélices

Cuando Daniel Santos cantaba, "Bigote é Gato es un gran sujeto/que vive allá por el Luyanó" era como si la municipalidad habanera estuviera ahí al lado de San Juan. Porque lo estaba. Cuba le pertenecía a Santos igual que él le pertenecía a Cuba. México también estaba al lado. Y Nueva York. Como apuntó Benítez-Rojo, la isla se repite más allá del Caribe. Un continuo cultural no sólo sin fronteras sino sin espacios divisorios. Salir de casa en Puerto Rico y beam down en Cuba. Para asistir cualquier noche a un motivito en la Bodeguita del Medio.

La mayor de las Antillas se desprendió algo de esa geografía mágica cuando se impuso el marxismo. No toda, pero un ingrediente principal en la cola que nos mantiene pegados es el capitalismo. La música que se vende en una region pos-geográfica que abarca Puerto Rico, República Dominicana, Nueva York y otros puntos del noreste americano, y Miami, la otra Cuba. Así, después de cruzar la República de norte a sur, llegué a Santo Domingo y vi a uno de mis más cercanos amigos de Nueva York en la puerta del Hilton, como esperándome para invitarme a una fiesta esa misma noche para el gran Victor Victor. Mi socio, cubano él, dicho sea de paso, trabajaba para la división de una disquera internacional que cubría precisamente esa geografía de la música y el comercio, y aunque no tenía idea alguna que yo estaba en Santo Domingo, tampoco se sorprendió de mi llegada. Total, si ese Hilton frente al malecón de la capital dominicana estaba pegadito a la Capital del Mundo, y anybody who's anybody en la farándula, la publicidad y las artes populares pasaba por su lobby.

Pero eso fue en otro país and besides my friend is dead. Es a mí, el sobreviviente de las noches de Team Cuba, de la nevada que caía en Las Vegas, a quien le ha tocado ver cómo se diluye esa cola, como todo se lo lleva el viento, como cada día que pasa sube más la marea. Como la isla parece que no se repite más. El Caribe has sido la primera víctima de proporciones bien visibles de la Sexta Extinción.

Bueno, exagero. Hipérbole caribeña. Barroco tropical. Tampoco quiero menospreciar el sufrimiento humano: esa gente es la mía. Pero mirándolo a vuelo de pájaro (no me vengan con cursilerías), la matriz de la región se va a la misma mierda. Digo la matriz porque pasarán si no mal de mil años un buen tiempito para que, digamos, Nueva York se extinga. Pero a las islas y a "la península", como dicen los cubanólogos, no les va ni les va a ir bien.

Siempre quise regresar. Llegué hasta Miami, ese trompe l'oeil. Había hecho un culto de mi nostalgia caribeña. Cada vez que caía una fruta en un texto de Carpentier, o alguien defendía el color azafrán profundo, o comía yo pargo frito en una playa, o repercutía una tambora, se raspaba una guacharaca o se le caía a mano abierta a los cueros, yo ponía una piedra (coral, sin duda) en el edificio de razonamiento estético que estaba construyendo. Con lo que no conté fue con el ciclón. O no el ciclón mismo sino el engendro de ciclos de ciclones que da el mare nostrum, recalentado como un mal café, y, dios iracundo, lo destruye todo.

Lo viví, eso sí. Vi a Bigote Gato pasearse en el Carnaval de La Habana, a Daniel Santos darse un palo en el escenario, a Celia ser grande, a todos los grandes de la salsa y el merengue. Compartí con muchos. ¿La Bodeguita del Medio? Era la bodega del barrio y yo prácticamente me crié en ella. Conocí a San Juan, y también el bien nombrado Aibonito. A Vieques. A Samaná. Viví el Caribe de Nueva York y el Caribe del Caribe. Monté bicicleta en la extensión del Malecón antes que se abriera al tráfico. Vi a los hombres vestidos de drill 100. Comí sancocho frente al mar en Cartagena.

El huracán pasó (hasta el próximo), pero el desastre está en pie. Por otras partes rugen vientos de  Apocalipsis. Pero los del Caribe me están más cerca. Ahí al lado.